“Fuente: Revista Aconcagua Cultural”
Escribe: Hernán Cortez Cortez-Monroy – Dr. en Filosofía
Abordar el tema de la educación en la región de Aconcagua es, tal vez, el mismo asunto que se ha de abordar a nivel nacional. No obstante, cuando se trata de definir las políticas educacionales, éstas dicen relación con las metodologías y las técnicas que se han de aplicar. No es lo mismo el concepto filosófico de educación y la aplicabilidad de la educación como medio, ya sea a través de los instrumentos de evaluación, de sus planificaciones, de los TIC, ya sea por medio de los marcos de competencia en general, entre otras cosas. Y se dice aquí “medio”, pues todo medio a punta a un “fin”. Se define tradicionalmente como “fin” de la educación la perfección del educando. Pero esta supuesta “perfección” define otro “medio” menos evidente.
El fin del hombre educado es ser un agente ventajoso para la sociedad. No nos ha de sorprender que tanto colegios, liceos, universidades e institutos profesionales ejerzan gran presión en los educadores para obtener resultados mediáticos y evidentes que indiquen que el educando ha cumplido con el “perfil” deseado. Pero este perfil, en general, no es otro que: “ser competitivo”, útil. En otras palabras, cada educando debe ser un elemento favorable y mejorado dentro del sistema.
¿Es acaso esta visión de la educación un mirada pesimista del sistema imperante en Chile, y especialmente en la región de Aconcagua? ¿Aquello que da vida y sentido a la educación como medio utilitario es algo ignorado por quienes planifican y ejercen dichas políticas educativas?. Como todo tema de discusión y develamiento, una repuesta apresurada sería más bien un asunto funesto o una crítica que bordearía el límite de la paranoia, pero que, al fin y al cabo, indican cierta decepción de la realidad del sistema.
Entonces la pregunta debe reformularse: ¿Cuál es el fundamento de la educación como medio que permite que dicho concepto sea efectivamente lo que es?. En primer lugar, la idea de la educación como medio para alcanzar un fin es sólo una forma de pensar la educación. La filosofía de la educación devela otras formas de educar. Dichas “formas” exigen cambios que afectarían radicalmente el modo de vida del chileno moderno, aburguesado y cotidiano. Se nos ha enseñado a vivir para trabajar, desear la comodidad que brindan las cosas, disfrutar de los placeres, idealizar la seguridad del hogar, sentirse primordialmente diferente a los demás, y especialmente ser mejor o más apto que el otro o igual al otro. Todo ello implica, por ahora, “capital”, “riqueza”, “dinero”, “poder”, en fin. Es así que la educación se ha convertido sólo en un medio para alcanzar aquello.
En segundo lugar, la idea de la educación como medio para alcanzar un fin se basaba en la noción religiosa del hombre como criatura de Dios y esta estaba concebida como un medio para la perfección del individuo como obra del Ente creador. Pero esta idea, tal como ocurre con muchas, sucumbe con el peso del tiempo y se ve afectada en su relación con las nuevas y optimizadas ideas que van emergiendo en la sociedad moderna y que, además, arrastran a las ideas originales a convertirse simplemente en fundamentos perdidos, de una sociedad más primitiva. Sin duda, una idea no muere del todo, sino que se modifica. Es ahí el peligro que surge cuando una idea pierde de vista su idealidad o esencia inicial, por la idea en sí tienden a mantener su definición, pero no su verdad.
Muchos han pretendido redefinir la educación, pero siempre la ven como un “medio”. No obstante, la nueva definición no es sino la misma definición: optimizada, producida y maquillada. Esto es, una idea ya gastada. Es una definición que pierde su gravedad, pero gana ciertamente valor mediático y la hace, por lo demás, más eficiente y conveniente.
En tercer lugar, la idea de la educación como medio se funda actualmente en la idea de la sociedad como un sistema funcional. Y lo grave de esta idea es el hecho que la misma finalidad de la educación se hace funcional. Por tanto, los instrumentos evaluadores, los marcos de competitividad, las tecnologías, en fin, están en función de la funcionalidad del sistema o del Estado moderno. Si los resultados son consiguientemente positivos y altos, indica que aquello funciona correctamente. Y lo correcto es lo considerado como bueno. Luego, es confiable y propicio en muchos sentidos.
Sin embargo, aun cuando la tendencia es la funcionalidad de la educación como medio para producir agentes ventajosos y optimizados, y que, a su vez, mejora el modo de vida del agente educado, y dentro del mismo referente social, legitimando, además, la ganancia económica por medio de la empresa educativa y la libre competencia de crear y producir programas en vistas de la funcionalidad del sistema, es menester indicar que la educación no pierde toda su sabia natural. En efecto, el sentido filosófico de la educación es siempre una remisión hacia el hombre. Se educa por y para el hombre. La nobleza de su esencia no puede aniquilarse del todo, a menos que se aniquile la educación como tal. El problema no está en la idea de la educación como medio, sino la manera como se entiende trivialmente dicho concepto.
Las universidades tradicionales, en especial las que han emergido en la provincia, deben autofinanciarse. Una exigencia del sistema político actual. Un sistema que nace aproximadamente en la década de los 80 (o tal vez antes) y que se mantiene vivo sin posibilidad, por ahora, de cambio alguno. Esto indica que toda institución debe entrar en el juego del mercado. Sea bueno o no, el problema es la consecuencia en el campo educativo como tal. Pues, en efecto, la educación debe ser competitiva, sus actores deben ser competitivos y la materia de dicha educación debe estar basada en competencias. Si bien, el modelo de las competencias es reciente y muy ventajoso para el actual mercado de capitales y de una globalización económica evidente, su sentido estaba ya inmerso en la idea de una educación como medio. No hay nada nuevo bajo el sol, si se conoce la esencia de las cosas. Sólo cambia la marca del producto. Por tanto, Chile no ha sido una nación que sea suficientemente desenvuelta para atreverse a ser cambios estructurales en el sistema educativo, más bien sus supuestos cambios dicen relación con el ámbito de sus políticas de divulgación y optimización de recursos humanos. No es ya importante el hombre culto y noble, sino el hombre especializado y eficiente.
Es más, tanto los colegios religiosos como los laicos no quedan al margen de esta avalancha educativa. De este modo, vemos la modernización de los colegios de la zona, de los liceos y escuelas. Mejoras significativas en el campo de los TIC, de sus construcciones, de sus curricula, en fin. Pero todo ello deja al descubierto un avance de superficie, más no de fondo. Y esto es así, porque la filosofía de la educación es tan sólo una: educar para que el agente sea realmente funcional. Algunos para que así sean buenos operarios; otros sean buenos profesionales; y otros, buenos gobernantes, lideres o jefes. Los valores se fundan en la funcionalidad, y no en la elevación del espíritu. Valores positivos, valores negativos y hasta antivalores pasan a ser meros esquemas de la razón. Sólo el valor de utilidad y de gozo inmediato mienta la realización del valor. Por lo mismo, la especialización de la acción y la transversalidad del valor en vista de la funcionalidad social y material constituyen la acción bienhechora del hombre moderno. Cualquier otra cosa se ha convertido en poesía, buenas intenciones o una curiosa clase de filosofía, sea la PSU, sea el Simce, sean otros métodos de remitir la educación actual a un mero medio.
Pero nada de lo dicho indica que nuestra forma de concebir la educación sea algo negativo o funesto, sino que la tendencia a valorar la educación de esa forma conduce a consecuencias sociales que eran previstas y hasta asumidas como anormalidades propias de todo sistema que se hace eficiente o tratar de alcanzar modelos internacionales de eficiencia. No nos ha de extrañar que los mismos estudiantes exijan calidad en la educación. Pero aquello se ha tornado resbaladizo y hasta discutible respecto al problema del lucro. De este modo se vuelve la discusión respecto a la forma de hacer educación; sin embargo, nuevamente el fondo del problema pierde su rumbo inicial.
Es importante poner el tema en el tapete, pero que sea el problema de fondo: su auténtica calidad. La calidad educativa no debe estar pensada en vista de la calidad de la educación como medio, sino como esencia del hombre en cuanto tal. No hay que olvidar que se educa a Personas, y, por lo mismo, se educa al Estado. No es el Estado el que nos educa; somos nosotros los que educamos al Estado. Si somos agentes pasivos respecto a nuestra formación, pues es parte del modelo de la educación como medio, entonces la calidad de la educación estará considerada siempre bajo los cánones económicos y bajo los auspicios de quienes ostenten los poderes del Estado o de aquellos que controlan el Estado o de quienes manejan como viejos zorros los intereses de los muchos a favor de algunos — e indistinto su color político. Es necesario repensar la educación, más que entrar en debates acerca de lo que se hace bien o de lo que hay que mejorar dentro de la educación como medio. Tal vez es la hora de entrar en una nueva era de la educación, y no en una nueva forma de financiar la educación.
Me alegra que tenga un espacio para expresar su opinión, profesor Hernán. Mucho le debo a ud. en mis inicios filosóficos, ya hace más de una década. Ya sobre el texto, hay mucho que discutir, sólo lo reduciré a tres puntos.
1 ¿No es, en algún sentido, su artículo un resultado? De otro modo, no lo estaría leyendo, no estaría publicado, etc. Esto, que parece trivial, es central, pues exige reconocer que es en los resultados dónde se observa el fruto de, en este caso, un esfuerzo de pensamiento. Ergo, no son los resultados per se negativos, sino la hermeneútica que los rodea, el significado que adquieren según el uso que se les quiera dar.
2 Me ha sorprendido, tristemente, observar que en nuestro IAC no existe el departamento de Filosofía. Es, si no me equivoco, la única asignatura apátrida. La ausencia de resultados cuantificables podría explicar esto, pero no justificarlo.
3 Hacia el final de su artículo, parece defender el lucro, al decir